No hay mejor sensación que despertarte con los rayitos de sol colándose por la persiana, escuchas el sonido de los pájaros afuera, ya es de día pero te puedes quedar un rato más, es domingo y no hay afán. Miras al lado y está el amor de tu vida, lo abrazas y sabes que podrías reconocer ese olor en cualquier lugar del mundo. Pones las manos en tu vientre y sientes las pataditas más contundentes y deliciosas que podrías sentir en la vida y que hace unos minutos ya estaban despertándote y diciendo “mamá acá estoy”.
Ahí es cuando te das cuenta que la vida no pesa, que no falta nada, amo la sensación de plenitud en el alma, cuando todo coge su rumbo, cuando puedes ser, cuando tu mayor sueño se asemeja a esta mañana, en el silencio absoluto. Entre las sábanas y los rayitos de sol, entre la vida y el cielo. La vida está lejos de ser perfecta, pero en medio de esa imperfección, sus oleajes, sus contradicciones, siempre hay más espacio para dejar entrar el sol. Y agradezco por todo lo humano, por todo lo incómodo que me trajo acá, entre este silencio que se escucha a hogar. Un hogar del que hago parte, construido con amor.