La gente alrededor lloraba, no se sabe si por deber o realmente lo sentían, menos aquella mujer cuyos ojos verdes hablaban por sí solos, el verde mezclado con la rabia como una obra abstracta difícil de descifrar y así como fue vista, desapareció en un parpadeo.
-Mi marido ha sido víctima de la envidia, no soportaban verlo reinando en este pueblo, la codicia hace ciegos a los hombres y los llena de motivos para matar, hemos perdido un gran hombre hoy- dijo Leticia en medio de la conmoción y los gritos del pueblo en aquella plaza lúgubre, era su deber salir a dar unas palabras, así fuese lo último que quería.
Su sirviente y guardia decidió tomarla por el brazo y sacarla de allí, con la muerte de Bruno, los habitantes de Nascar parecían sin dios ni ley, sin una mano firme a quien obedecer.
-Señora Leticia es mejor que nos marchemos de aquí, ya podrá arreglar con tiempo esta situación- le dijo su esclavo Octavio.
Del otro extremo se escuchan los gritos de Augusto – Has matado a mi hermano traidora, ya el pueblo no te debe lealtad- eran las palabras de dolor del hermano de Bruno, para nadie era un secreto que la relación se había tornado fría, hacía meses que dormían en habitaciones separadas, por el pueblo rondaba el chisme de que Leticia pasaba sus noches con otro hombre, unos decían que era el dueño de la cantina del bar, otro que eran sus múltiples esclavos, la realidad es que nadie podía afirmar con certeza, pero sí suponer, porque a pueblo pequeño, infierno grande.
¿Cómo pueden decir que yo lo maté? si con su muerte quedaría en la ruina, nuestro señor nunca quiso que tuviésemos hijos, luego de diez años de matrimonio, menjurjes hechos por las viejas sabias del pueblo con eucalipto, lavanda, aji, pimienta cayenne, después de estar en el ojo público tantos años por no poder darle un heredero a su rey, estaba destinada a la miseria y el olvido. -se quejó Leticia con su esclavo.
Se rumoraba que una maldición había caído en la pareja, que las brujas del norte habían derramado un embrujo en aquel reinado por haber sido víctimas de su persecución y asesinatos en la hoguera bajo la mirada del pueblo, ¿maldición o justicia divina?
Un tiempo atrás en un bosque lleno de árboles frondosos y verdes, se encontraban dos jóvenes clandestinamente, a amarse en silencio y soledad, solo el sonido de la brisa y el pasto mojado era testigo de aquel amor que se sentía tan real y genuino pero al mismo tiempo tan pecaminoso, ¿cómo decirle a la razón lo que el corazón ya sabe? De pronto hay que callar a la razón de vez en cuando, dejar el deber ser para poder ser en toda libertad, Bruno venía de una familia muy religiosa, de hecho todo el pueblo lo era, en sus hombros cargaba el peso de la responsabilidad, en unos años heredaría el mandato y debía seguir el camino trazado, ese tan llamado destino del que no tenía escapatoria, Laila por el contrario, venía de una comunidad indígena, de costumbres ancestrales, su madre era bruja, curandera y maga, así como lo era ella y su descendencia, pero en ese bosque no existía la diferencia de casta, con la constante de que todos somos uno, ella quería gritar a los cuatro vientos su amor por Bruno, dejar de guardar ese secreto que estaba atorado en su garganta y en su corazón. Tras 3 años de intenso romance, un bebé que nunca vio la luz del mundo y mucho dolor, Laila decidió seguir su camino, pero la tierra es redonda y los caminos se entrelazan todo el tiempo.
Leticia dejó de dormir en la noche, temía ahora por su vida, además llevaba días experimentando unos episodios con lagunas mentales, donde no recordaba haber llegado a su lugar de destino. Sería que su mente la estaba protegiendo de ella misma? Sería la maldición de las brujas del norte? Sacó el cuchillo que tenía en su nochero, en un ataque impulsivo por quitarse la vida, no podía vivir así, pero para su sorpresa encontró una carta, era la letra de Bruno, al parecer nunca fue entregada, no tenía el nombre del remitente, a la señora casi se le detiene el corazón.
Aún veo tus ojos verdes con el mismo amor con el que los vi desde el primer día, hace unos años, contigo vuelvo a ser niño, a amar con locura, me olvido de lo que debería ser, para ser contigo en otro mundo, donde solo existimos tú y yo.
Sin saber a quién acudir, mandó a llamar a Octavio y le mostró la carta
- Mi esposo ha tenido un amorío frente a mis narices y necesito descubrir quién es, encuéntrala y acaba con su vida, así como ella ha acabado con la mía, aquella mujer debe ser la artífice de este crimen cruel.- dijo Leticia con la voz temblorosa, echarle la culpa a alguien más, la expiaría de sus propios pecados, dormiría tranquila sabiendo que no había sido ella en un ataque de psicosis.
- Como ordene señora, me temo que ya sé quién es la susodicha.
- ¿Cómo lo sabes? ¿Acaso todos lo saben menos yo?
- Señora, creo que se trata de Laila, es la única esclava del castillo que tiene ojos verdes, podría ser alguien más no lo sé, pero se me viene a la mente ella.
- Ve por ella, ya sabes que hacer- ordenó Leticia.
Antes de que Octavio cerrara la puerta le dijo – mejor llévame con ella en cuanto la encuentre, soy yo quien debe dar fin a esto.
Pasó un mes y medio antes de dar con el paradero de Laila, un mes que se sintió como un año, pero por fin había llegado el momento de enfrentarla. La ingresaron al cuarto de Leticia, con una capucha y de noche para que nadie viese, para su sorpresa, vio que debajo de ese buzo de lana había un bulto, - No puede ser posible esto- pensó Leticia, era un hijo que llevaba en su vientre, era ella quien debía tener un hijo, no aquella traidora. ¿Cómo podía ser posible esto?
Le contó todo, cómo iba a escapar con él o eso creía, hasta que descubrió que sería separada de su hija, había algo más grande que el amor que sentía por ella y era su sed de poder… pero engañar a una bruja no es tarea fácil, así que decidió tomar el timón del destino y matarlo, por ella, por su hija, por las brujas del norte.
´´Somos las hijas de las brujas que intentaron quemar y después de nosotras el fuego´´
Y el lugar quedó en llamas.